Recordando los materiales fungibles de la «Cenicienta»
Ya tenemos una flamante “Escuela de Trabajo”, en titulación, pero en edificio una ruina. No mucha matrícula, la verdad, unos treinta niños que son enviados por sus padres para que no inquieten en las calles como ganado sin pastor. El TALLER se instala en los bajos del edificio y solar trasero del palacio ARZOBISPO MAYORAL, que en un cuadro al óleo de tamaño natural, preside la sala del primer piso. Una forja, dos yunques, unos martillos y tenazas y muchas ganas de empezar. Unas transmisiones eléctricas mueven las poleas de un viejo torno, una sierra de cinta y una “tupi”, que nadie se atreve a montar por el peligro que representa para los niños-alumnos. Dos grandes pizarras y una bancada de “tornillos” de sujeción, así como un par de bancos de carpintería. No falta, tampoco, una muela de afilar y abundancia de limas y martillos. ¿Y el material fungible? ¿Quién lo aporta?.
El Instituto Ribera, que ocupa la parte alta del edificio, tiene problemas de mantenimiento. La solución es rápida y apropiada. Los alumnos de FP y sus profesores se encargan de reparar, y hasta en algunos casos dotar, de material y mobiliario a los bachilleres. Se arreglan pupitres, se hacen soldaduras, se construyen anaqueles para biblioteca, mesas para laboratorios, mesas de dibujo, etc. En fin, todo es actividad con el trabajo y buena fe de alumnos y maestros de FP arreglando lo que, sin mala fe o voluntad, destruyen sus inhábiles manos de aprendices.
Libros, ¿dónde hallarlos?. No hay. No ha empezado todavía la “estampida” del negocio editorial. En portería existe un depósito de pérdidas de alumnos libres de bachiller (la matrícula es desorbitada). Gramáticas de don Ángel Lacalle, matemáticas de Bruño, dibujo geométrico de láminas, mapas mudos de geografía a medio rellenar y catecismos elementales. Se reparten entre los alumnos gratuitamente, aunque no adquieren mucho interés por ellos. Sus ojos y afición están en las prácticas del taller.
Se visitan almacenes de hierros viejos y usados, es decir, las chatarrerías de desguace. Se adquieren aquellas piezas aprovechables, camas viejas del Asilo, madera de derribos y tiernos chopos de deshecho para que los alumnos se inicien con el uso de “gubias” en tallas inocentes y sencillas. Alguno hace “arquetas para tabacos”, cornucopias para espejos, pisapapeles de forja, ceniceros de plancha, maceteros de varilla acerada, etc, etc.
Tanta productividad mueve al equipo directivo, quien alentado por el Ayuntamiento, decide montar un “stand” en la FERIA (siento no recordar el año, pero existen fotos de ello), la caseta es monumental de tres cuerpos y muy sólida y en ella (como siempre), han puesto su mayor parte de trabajo Sanchis, Santonja y Bataller.
Se inaugura dentro del jardín de la Glorieta y se convierte en una atracción de la Fira de primera clase. La población de Xàtiva y los muchos forasteros que atrae la Fira, hacen cola para visitar esta exposición como primera demostración del aprendizaje reglado en grados de estudio. Pasado el éxito de ese año, la desmontable caseta desaparece de escena, volviendo a usarse, años más tarde, como tómbola de “Auxilio Social”, hasta desaparecer por completo en la calle Moncada en la antigua casa de la Juventud, noble mansión desaparecida junto al chaflán de la calle Vallés.
De la pobreza de medios de la institución de FP y de sus alumnos en particular, vaya como muestra que, para escribir los alumnos se tuvo que comprar palilleros y plumas de la “corona”, para sus prácticas de cultura general (nombre genérico de aquella etapa), no existían, todavía modernos “bolis”, además se adquirieron una docena de compases baratitos de “hojalata” para distribuirlos entre ellos. Y era digno de ver lo que se podía hacer con buena voluntad, que aquellos niños ponían de su parte con humildad y efectos maravillosos, así como, con atención y aprovechamiento. Por aquel entonces fue nombrado profesor de Religión, don Alfredo Martí Chordá, quien rompió el molde que había dejado don Andrés Primo, con fama de comisario del ramo, más que como pastor de almas o director espiritual. El padre Alfredo se ganó la voluntad y cariño del alumnado, olvidó los textos y concretó con hechos su testimonio evangélico. Con paciencia y tesón, formó una Coral de alumnos, como primer contacto con el arte. Fue defensor de su causa, intercediendo personalmente en los problemas de los pequeños aprendices. Buscó, como complemento un director teatral y formó un grupo de Teatro, vernáculo, por supuesto. Recayó la preparación y dirección en un empleado de los talleres tipográficos Matéu, Enrique Camáñez Úbeda, poeta y músico. Figuraba como primer actor: Antonio Santamargarita Tormo, alumno y, entre otras colaboradoras, formaba parte del grupo la que hoy es su esposa: Joaquina Camús Navalón. Entre maestros y alumnos se montó un escenario en el primer piso, que además de escenario, servía como estrado para el altar, en las celebraciones litúrgicas.
La actividad era extraordinaria a todas horas. Pérez Contel que había accedido a la plaza de dibujo, dio un nuevo golpe de timón a la nave. Además de preparar con conciencia el dibujo técnico, del que más de un alumno pudo aprovecharse y conseguir posteriormente trabajo como delineante en la empresa privada, introdujo una especialidad artística de cristalería a imitación de las vidrieras góticas de las iglesias.
Las visitas a centros fabriles o empresas importantes, así como museos se programaron e hicieron con éxito: Ollería y sus fábricas de cristal. Museo de Prehistoria de Valencia. Altos hornos de Sagunto, en el principio de su “crisis”, viendo, con estupor, a trabajadores fornidos enderezando clavos para entretenerse, pues la jornada no cumplía ya con la dedicación y rendimiento del personal. Allí los grandes bloques ígneos y rojos en llamas, deslizándose por el carril hasta recibir los golpes del martillo-pilón y adquiriendo formas de alargadas vigas. Fábricas de muebles, como la Casa Pardo de la Llosa, un modelo en aquellos tiempos. La Paduana textil y mantas de Onteniente. Todo ello complementado con la Papelera San Jorge, Chocolate Chiquilín, ambas de Xàtiva y la textil de Muntadas y Ramón. Una de las más simpáticas visitas era Alzira, cartonajes Suñer y Avidesa donde el helado no se hacía esperar. Todo era actividad, con más voluntad que fondos económicos. Así, no era extraño encontrar en cualquier rellano de la escuela a Miguel Morro, el secretario perpetuo, dentro de un “mono azul de dril” y martillo en mano, buscando un lugar donde descargar el “martillazo”.
En verdad, la implantación de la FP nos había cogido a todos en calzoncillos. Las nuevas corrientes europeas y los foros en que España tenía representación (OCDE) legislaban en esta dirección: Enseñanza profesional para todos, pero todo estaba por hacer. Los planes de estudio no existían ni se concretaban y aquellos que se legalizaban por ley eran difíciles y de mucha altura. El pragmatismo se imponía y así cada asignatura, se ligó con la enseñanza primaria, buscando elevar el listón a partir de lo conocido. Lo importante era despertar interés en la juventud y reconozco que se logró en parte. Muchos alumnos de entonces, hoy ocupan puestos empresariales y de responsabilidad, que no pudieron soñar nunca. Y esto lo deben a aquella rudimentaria y pobre enseñanza profesional, LA CENICIENTA.
De la anarquía y confusión existente en cuanto a legalidad administrativa y funcional de esta parcela de la enseñanza, me basta contar una anécdota: En una ocasión, se presentó (sin previo aviso), un inspector central en Xàtiva. Realizó su inspección asombrado (según él mismo me contó más tarde), al ver la forma tan bien organizada de los programas escolares y los planteamientos administrativos. Nadie más que yo le atendió. Le acompañé, durante los dos días que duró su inspección, por toda Xàtiva y le introduje en los “misterios” de la administración. No había encontrado un Centro como el de Xàtiva, para él modélico en todo. Al final se llevó copias de los programas, de todos los baremos, de los impresos administrativos, de los libros oficiales, (actas, tomas de posesión, inventarios, etc) y hasta modelos de nóminas. No le faltó un cenicero de forja, artísticamente confeccionado. ¡Cómo debían andar los demás Centros…!
Esto es una prueba de la seriedad adquirida por el equipo dirigente en el que cabe resaltar la figura del Secretario Morro Ramírez, inquieto siempre y que tengo para mí que no dormía de noche “inventando” teorías y complicados problemas, que yo, en horas de obligado descanso nocturno (que no tenía), venía obligado a interpretar con mi humilde saber y entender.
Éramos, en verdad, y lo seguimos siendo: La CENICIENTA. Sólo la tenacidad y entrega de un profesorado, pudo cubrir los vacíos y carencias de una época de vacas flacas.
Melchor Peropadre Forniés
Texto publicado en el diario “Levante – EL MERCANTIL VALENCIANO” el viernes 20 de diciembre de 1996
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